un pasado que no se borra

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la 4ta lección que aprendí tras el divorcio

No recuerdo mucho, pero sí estoy segura de algo: estaba harta.

Mi idea del matrimonio no había resultado lo que esperaba.

No fue como lo soñé.

Nada de tardes de cena en la mesa para compartir cómo nos fue en el día. Tampoco un cafecito por las mañanas, agradecidos de la vida que habíamos construido juntos; los hijos, o las experiencias que habíamos acumulado.

Estaba en un ciclo sin rumbo y sin sentido. Levantándome todas las mañanas y acostándome todas las noches como un zombie. Sin saber qué rayos había pasado en el día y repetir exactamente lo mismo al día siguente.

Total, había estado haciendo lo mismo durante los últimos dos mil ciento noventa días. Un día más; un día menos, ¿qué más daba? Hacía 6 años que todo había perdido sentido. Algo, simplemente, no estaba bien.

Lo sabía, pero no era capaz de aceptarlo.

El amor comenzá a desvanecerse a las pocas semanas de haber nacido nuestra primera hija. Cuando el hombre que era mi esposo, mi amigo del alma; el que siempre me hacía reir con sus ocurrencias, no se convirtió en el padre familia que había ideado para nuestro hogar.

Nunca es bueno dar tantos detalles. Sólo me limitaré a decir que, ya vertida la gota que haría rebosar la copa, sabía que era momento de tomar acción.

Finalmente hice lo que no me había atrevido hacer (por lo que he explicado en los otros tres escritos relacionados a este, 1, 2, 3); separarme… Posteriormente, divorciarme.

Estaba lista. Taaaan, lista…

divorcio

para tomar del antídoto que me rescataría de la vida zombie. Lista para correr. Presta para huir. Lista para dejarlo todo.

Pero precisamente ahí está el detalle:

Te divorcias, pero no hay forma de dejarlo todo.

En un inicio visualizas el divorcio como una gigasntezca cinta correctiva. Te divorcias y ¡boom!. Borrado.

Acabado. Una nueva vida. Empiezas desde cero.

Pero, no. No viene una nueva vida después del divorcio. Quedan memorias y acciones inborrables.

Te divorcias y quedan hijos.

Te divorcias y quedan, casas, muebles y casquibaches; muuchas cuentas, amistades …, otras “amistades” ( y familiares ) que sienten la necesidad de tomar un -bando- aún sin nadie habérselos pedido.

Después del divorcio sigue contigo toda una vida. Te persiguen un montón de decisiones con las que se debe lidiar; las ruinas de uno mismo y la necesidad de volver a construir lo que un día habíamos ideado como un castillo, y no resultó.

Nada de eso se borra.

y después de todo…, que bueno que queda

Un divorcio no borra el pasado y curiosamente, tampoco te destruye.

Esa ruptura te enseña el arte de reconstruir sobre ruinas, sobre el dolor y sobre la desilución.

Esa separación te enseña a ser un artista de tu propio destino. Aprendes a crear magia para hacer del pasado, tu motor para delinear el futuro que quieres y la vida que anhelas.

Que bueno que no se borra.

El divorcio no borra el pasado. 
Es cierto que se queda contigo.

Fuerte y empoderada,
Audaz, como nunca.
Un divorcio te deja esa peculiar marca,
con la que al fín alcanzas valor para ser tu propia brújula.
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See you on my next one. 👠💞