Como padres, siempre debemos entender que cada niño se desarrolla de forma diferente y abstenernos de comparaciones, aún entre hermanos. Pero, (porque siempre hay un “pero”) inevitablemente vemos el comportamiento de otros niños que son contemporáneos con los nuestros y podemos notar que existe la posibilidad de que nuestros hijos tengan algún rezago en x ó y área. En mi caso, esto sucedió con mi segundo hijo. Al compartir con otras personas y ver el comportamiento de sus niños y la interacción de los padres con ellos, comencé a notar varias diferencias en cuanto al mío. Mayor aún, cuando echaba mano de las memorias y experiencias en cuanto a mi hija mayor (mis dos hijos tienen una diferencia de tres años entre sí), más me alarmaba. A continuación les desgloso algunas de las cosas que fueron indicadores de que tanto mi hijo, como nosotros los padres y familia inmediata, requeríamos de ayuda profesional para fomentar su desarrollo. Aclaro que me estaré concentrando en las características que estaban presentes cuando mi hijo tenía alrededor de los 20 y 24 meses, período en el que finalmente decidí buscar ayuda.
- No quería hablar. Salvo dos o tres palabras que había dicho alrededor de los 9 ó 10 meses, mi hijo no hablaba. Su forma de comunicarse se limitaba al llanto, gritos y quejas.
- “Perretas” o rabietas continuas. Si no conseguía lo que quería o alguno de nosotros no lo entendía, lo que venía era una perreta casi de la magnitud de la 2da Guerra Mundial, al punto de llegar a agredirme o agredirse a sí mismo. Posteriormente, con la ayuda de una psicóloga pudimos entender que al no poder comunicarse, se frustraba. Pero en un incio, éramos incapaces de entender cuál era el detonante.
- Poco o ningún contancto visual. Mi hijo me ignoraba. De hecho, en determinado momento, llegué a dudar si sufría de sordera porque podía llamarlo o hablarle y era como si hablara con la pared. No obtenía reacción alguna de él.
- No se entretenía con nada. Lograr que se sentara a jugar un rato, que viera tv o concentrara su atención, era casi imposible. Su entretenimiento se limitaba a buscar peligro (treparse por donde quiera, si estábamos afuera de la casa correr insistentemente hacia la calle), destrozar los juguetes y comer.
- No reaccionaba al dolor. Si se daba un golpe o se caía, simplemente no lloraba. Era como si no lo sintiera.
- Sensibilidad sensorial. Si bien aparentaba ser resistente al dolor, por otro lado era sumamente sensible. Le daban asco las cremas, si veía la mezcla de “pancakes” le daban nauseas y podía llegar a vomitar; le deba asco la arena, gritaba cada vez que sentía el shampoo en su cabeza, le incomodaba la sensasión de las pasta en la boca.
Con este panorama, se imaginarán que mis díás se conviertieron en casi una tortura. Entre la preocupación y las dudas al no poder entender qué era lo que sucedía, (si eran cosas de mi imaginación o si genuinamente había una necesidad) y las constantes perretas, a duras penas podía salir con mi hijo, peor aún, no podía disfrutar de su compañía. Se frustraba él porque no lo entendíamos y nos frustrábabomos los que estábamos a su alrededo porque no podíamos entenderlo a él. Cuando mi hijo alcanzó algunos 26 meses, acudí a una clínica de Evaluación e Intervención Tempara para que lo evaluaran y auscultar si tenía alguna necesidad. El resultado (el cual era de esperarse) me costó aceptarlo. Ethan presentó rezago en el habla, area cognitiva, motor fino y sensorial. Fue referido a terapias del habla (entre otras cosas) hasta el día de hoy, que con casi 6 años de edad continua con sus terapias del habla y ocupacional.
Al sol de hoy, la mejoría de Ethan ha sido del cielo a la Tierra. De que no hablaba, ahora hay que pedirle que guarde silencio durante al menos 5 minutos (con suerte obtenemos 2.5 minutos 🙂 ). Es capaz de inciar y mantener conversaciones, hacer y contestar preguntas, jugar, socializar, demostrar afecto y expresar sus sentimientos (tanto la alegría como la tristeza y el coraje) civilizadamente. Juntos disfrutamos de salidas al cine, a las tiendas, parques y disfrutamos también de los momentos que nos quedamos en casa viendo una película o dibujando. ¿Que todavía recibe terapias? Sí. Aún necesita ayuda con la prouniciación de ciertos fonemas, ampliar su capacidad de análisis en acorde con su edad y mucha, mucha ayuda con el motor fino (principalmente con el “agarre de pinza”, poner botenes, subir cremayeas, etc). No obstante, su futuro promete, y mucho. Puede compararse con cualquier niño de su edad. Pero esto ha sido posible porque enfrentamos la necesidad de nuestro niño en vez de ignorarla o huir de ella. Mejor aún, no le tuvimos lástima. Creemos que él es un niño fuerte y capaz y así lo tratamos. Entendemos que existen ciertas cosas que le tomarán más tiempo aprenderlas en comparación con otros niños de su edad, pero creemos firmemente que las aprenderá y que tiene la capacidad.
Querida madre o padre que me lees: no ignores las necesidades de tus hijos esperando que se resuelvan solas. Las probabilidades de que se acentúen en vez de que mejoren son amplias. Echa mano de estos alarmantes números en este artículo: https://u.org/296mcHB . Existen un sin número de profesionales, grupos de apoyo y literatura para fomentar el desarrollo saludable de nuestros hijos en áreas de necesidad. Si notas que tu hijo presenta rezago en alguna área, mientras más temprana sea la intervención, mejor y más rápida será la mejoría. Pón todas las herramientas que puedas a disposición de tus hijos.