A mi Hija

Mi Niña Bonita:

No hay mucho más que pueda pedir.  Dios me regaló un don hermoso que no ha hecho más que traerme alegrías y buenos momentos.

Que gran muchacha me has salido.

Para nada alardeo de que seas perfecta. Después de todo, se sabe que la perfección es una falacia y la pura santidad, una meta celestial.


Sin embargo, no se puede negar  que eres un ser lleno de luz. 

Aún a tu edad, y en una etapa tan difícil, has sido capaz de conservar una mente abierta, un corazón sano y un comportamiento ético y recto.    Atributos valiosos en una sociedad en la que todos traicionan a todos, no se cumplen promesas, sólo se busca el interés personal y se carece de liderazgo.

Gracias por regalarme tu serenidad, tu compañía, …tu comprensión aún siendo adolescente. 

Gracias por ser un alma joven que apoya y sostiene en momentos de dificultad.

Me has llenado de orgullo una y otra vez.

Todos los días de tu vida.

Le agradezco a Dios el privilegio que me ha dado de poder llamarte Mi Hija.

¿Qué más puedo pedir?

Que Diosito te me llene de salud, y nos conceda a todos los que te conocemos la bendición de tenerte cerca. 


Más allá de la excelencia académica; más allá de la toga y el birrete, las medallas, la esclavina distintiva y todos los reconocimientos; admiro el gran ser humano que eres.

Admiro tu ética,  tu capacidad de tomar decisiones con sabiduría y tu inteligencia emocional.

Nada, absolutamente nada, me infla el corazón más que eso.

Con amor,

Mamá

10 Primaveras: Carta Abierta a Mi Hija

Carta Abierta a Mi Hija en Sus 10 Primaveras

Diez años no son nada. Hace tan, pero tan reciente te tenía en mi vientre, preguntándome cómo sería ver tu rosto (¡y cómo rayos ibas a salir…! 😲).

Ya hoy, estás hecha toda una jovencita, a punto de entrar a la pubertad. Estoy convencida de que cuando menos me lo espere, estaremos en tus quince y luego, en un pestañear, en la universidad.

¡Wow! El tiempo verdaderamente vuela.

Más alta. Tu rostro ya más juvenil y menos niña. Tú misma has decido usar de vez en cuando sostén y que -aunque boricua- el arroz no es parte de tus comidas favoritas.

Comienzas a experimentar cosas nuevas, como el ser responsable de tus propias tareas, y escoger ciertas amistades, mientras te alejas de otras.

Sé que en ocasiones puedes sentir que soy un poco severa y hasta annoying, pero no dudes, -ni por un instante- que te amo como todo mi corazón y con todas las fuerzas de mi ser.

Siéntate derecha.”

“Don’t baby talk.”

Deja de encorvarte. Eres hermosa y esbelta. Camina con seguridad y no olvides ponerte pantallas.”

“Tú y sólo tu eres responsable de tus notas. Si necesitas ayuda, siempre puedes contar conmigo, pero la responsibilidad, es tuya.

Lava los platos que usaste.

Ni se te ocurra dejar ese reguero.

“La adulta aquí soy yo. Déjame saber si te tengo que dar un pezcozón.”

Te exijo porque sé que puedes. Te exijo porque la vida, aunque maravillosa y llena de oportunidades, es dura y no tiene piedad con quien abraza la pereza y la dejadez. En un abrir y cerrar de ojos, te sorprenderá la adultez y con ella la miseria si no logro que dependiendo de tí misma, te hagas una mujer de bien.

Tienes todas las cualidades necesarias para triunfar en la vida. No lo dudes nunca.

Creo en tí.

Sé que eres capaz.

Puedes lograr todo lo que te propongas, siempre que establezcas un plan para alcanzarlo -y trabajes por ello-.

Ya has sido premiada con el aliento de vida, la luz del sol y la lluvia. Esfuérzate por lo que quieres alcanzar. Lucha por tus sueños. Nadie tiene la responsabilidad de darte nada. No siempre las cosas serán a tu manera. Y sólo tú eres responsable de tu felicidad.

Y ya que se acercan esos años con inevitables aires de tensión entre madre e hija, la tan agridulce adolescencia. Años en los que seguramente pensarás que soy anticuada y hasta inflexible. Aprovecho para pedirte, mi niña bonita, que una vez llegada esa temporada, tengas presente dos cosas:

… que te amo con todas mis fuerzas,

… y que, por ese mismo amor, es la disciplina.

Siempre aquí para tí,

Mamá